martes, 6 de enero de 2015

UNA REGIÓN INALCANZABLE

La distancia puede resultar engañosa. Produce un efecto doble: ofrece perspectiva pero también distorsiona la realidad. Por ejemplo. Desde lejos, entristece el panorama nacional: una nación sin pulso, unos políticos mediocres, una población adormecida y un movimiento populista en ascenso que promulga "una regeneración" democrática inspirada en el eje Cuba, Venezuela y ETA.
Cada vez que he viajado al extranjero, he marchado maldiciendo a España. Al regresar, sin embargo, he besado el suelo que pisaba. La cercanía invitaba al cabreo; la distancia y la comparación, al aprecio.
Igualmente y, debido a ese doble efecto, cosas lejanas que de afectarnos a nosotros parecerían insoportables, se antojen remotas y disipadas cuando llegan a nuestro conocimiento. La inmediatez y la urgencia, así como la velocidad con la que internet vomita noticias, disminuye el impacto mediático de historias que, antes, para ser descubiertas, requerían una búsqueda y un análisis mayor.
Yo no tomé conciencia total del alcance de la miseria africana hasta que me vi en aquél basurero. Una explanada enorme que acumulaba, de manera descontrolada, lo que debía ser toda la porquería de Dakar. Aquella carretera era la prolongación de una calle de la capital senegalesa que, antes de pegarse al mar y proyectarse sobre un paisaje hermoso pero arruinado, discurría al lado de esa extensión de inmundicias y aquel olor nauseabundo.
Allí vivía gente.
Se levantaba todas las mañanas, subía la puerta de metal de su casa/taller/tienda/o lo que fuera y empezaba, resignada, su día.  Sus miradas reflejaban esa "capacidad de resistencia" a la que alude Kapuscinski. Una capacidad  forjada en la supervivencia del hoy, que lo ocupa todo e imposibilita la preocupación por el mañana.
Creo que tengo alguna foto pero nunca le olvidaré: un chaval de unos diez años de edad que vestía los agujeros de lo que fue una camiseta. Al pararnos por una avería, se subió al autobús con un desparpajo que impresionó a todos para inspeccionar el posible origen del problema. Trabajaba con su padre. El chaval aprendiz de su progenitor y el oficio que, junto con la miseria, se prolonga en el hijo. Es esta una constante en  el Tercer Mundo. Se ve en Senegal, en Perú, en Sri Lanka o en Jordania. El poder de decisión y la capacidad de influir en nuestro propio futuro es, me di cuenta entonces, la principal diferencia entre unas regiones y otras.
Pero es que tampoco sabía de la riqueza de África. O quizás quiera decir que jamás había visto tanto millonario y un uso tan extravagante del dinero.  Porque igual de solemne es el africano en su pobreza que en su riqueza: anillos, pulseras, cadenas de oro, coches lujosos y un estilo de vestir ostentoso y hortera. Al no haber un mecanismo vigoroso de ascensión social, el choque entre los que todo lo tienen y los que no tienen nada, es brutal. Sales de un bar parapetado tras una tapia de dos metros de altura, una puerta de metal de tres y un negro de cuatro. Allí has visto a un tipo gastarse cien dólares en una botella de champán para él sólo y, a la salida, te encuentras un enfermo de polio, sus piernas retorcidas del grosor de un alfiler, que emplea un patinete o sus propias manos y rodillas para arrastrarse por la vida.
Es inevitable sentir una mezcla de rechazo y compasión. 
Antes de viajar pensaba que sabía algo.   
Igualmente, la complejidad de Oriente Medio no se me ha manifestado en su totalidad hasta ahora. Un occidental llega a esta tierra y la observa a través de un prisma que refleja sus valores propios. Todo aquello que no se parezca a lo que él da por hecho por venir de donde viene, es extraño para él.
Y le aterra  y le fascina al mismo tiempo.
Y trata de comprender.
En torno a esto han girado muchas de las tertulias que he tenido con gente de aquí. Algunas, dependiendo del interlocutor, francas y abiertas, otras, más sutiles. Los taxistas, como siempre, son una fuente de inspiración y sabiduría (o ignorancia). Es esta profesión una especie de "melting pot" donde se mezclan personas de toda condición: gente con educación y gente sin ella; musulmanes devotos y musulmanes a quienes su religión les importa una higa.
Algunas de mis conversaciones con estos "seres" ya las he relatado. Uno de ellos bebía té sin parar. Era un tipo risueño, de esos a quienes cuesta entender porque finalizaba sus frases en sonoras carcajadas, quedando aquellas incompletas. Cuando bromee con él preguntándole si el contenido de su termo era whiskey, me dijo que no, que Alá se lo prohibía. De lo contrario estaría perdido, mientras hacía un gesto con la mano a modo de degollarse y estallaba, de nuevo, en una risotada.
También me han llevado otros que desearía no lo hubieran hecho. Esta vez, el conductor y su amigo. Era tarde y conseguir un taxi no era fácil. A mitad de camino, empezaron a charlar animadamente conmigo. Me preguntaron si era cristiano. Les contesté que sí. Respondieron que eran musulmanes pero que les gustaba el alcohol, las drogas y las mujeres, mientras le daban un trago a una cerveza a medio beber y aceleraban el coche por aquella carretera poco iluminada. Yo no sabía si reírme o acojonarme. El momento álgido de la aventura fue cuando el conductor me comentó que su colega era de fiar y un buen hombre, porque, al fin y al cabo, había estado en la cárcel. Afortunadamente, justo entonces llegamos a mi destino. Les dije que se quedaran el cambio de 100 dinares de una carrera de 2 y me despedí de ellos tan amablemente como pude, deseando no volver a verles jamás.  
Otra ocurrió recientemente. Regresaba del centro tras hacer unas compras. Por ser jueves, había más tráfico de lo normal. En un momento dado, el taxista hizo una maniobra repentina para cambiar de carril, lo que supuso una reprimenda, en forma de pitido, del coche que había obstruido. Este iba conducido por una mujer. Mi conductor bajó la ventanilla para soltar una serie de improperios soeces que no comprendí porque el árabe que yo hablo es culto y elegante. Al terminar, me miró buscando, sin duda, complicidad masculina, mientras me explicaba que las mujeres son conductoras miedosas y que tienen dificultades a la hora de pensar con claridad. Lo que en Occidente decimos en broma, aquí lo dicen en serio.
Las conversaciones más reveladores son aquellas en las que hablo sobre política o religión. Así, recuerdo otra en la que escuché por primera vez un argumento que, de decirlo un occidental, sería tachado de racista por los más políticamente correctos. Surgió porque yo mostré mi extrañeza ante la popularidad de Saddam Hussein entre los jordanos. La respuesta del taxista fue la siguiente. Saddam Hussein se atrevió a bombardear a  Israel durante la Guerra del Golfo de 1991 y mantuvo siempre una agresiva dialéctica frente al "sionismo" a pesar de no haber hecho nunca nada por los palestinos. Pero sobre todo, y cito palabras textuales, "porque los árabes no quieren democracia y prefieren un líder fuerte y Sadam Hussein lo era".
Revelador.
Empezaba a comprender. La fortaleza y la masculinidad son dos características muy apreciadas en el varón árabe. E ahí el motivo por el que el actual rey de Jordania aparece en muchas fotos vestido de militar y en el uso de diferentes armas. Algo que algunos asociarían al fascismo. E igualmente, una descendencia numerosa sigue siendo sinónimo de virilidad y fertilidad.
Ese desprecio por la democracia y la libertad es lo que más asombra a un extranjero. Pero tampoco se puede decir que todos los árabes-musulmanes piensen así. Recuerdo, allá por el año 2008, al Embajador Juan Prat i Coll tener una charla sobre Derechos Humanos con un tunecino. Era este mayor y cojeaba visiblemente. Al despedirle, el Embajador mostraba su admiración por él y lamentaba no haberle conocido antes. Y se preguntaba si sus lesiones se deberían a las torturas que, casi con total seguridad, habrían acompañado su larga estancia en la cárcel.
Hablar con los árabes musulmanes es interesante, pero ha sido escuchando a los árabes cristianos cuando me he llevado las mayores sorpresas.
George y Marisha son mis caseros. Una pareja mayor y entrañable. George es originario de Belén y Marisha de Iraq y, como sus nombres indican, son cristianos. Suelo ver las noticias con ellos para practicar el idioma y tenemos interesantes conversaciones. Y como ya tengo un cierto grado de confianza con ellos, hablamos con franqueza.
No es la primera vez que escucho a cristianos hablar mal del Islam. Igual me ocurrió en Nigeria con Tunde, nuestro conductor, que todos los lunes venía afónico a trabajar después de haberse desgañitado cantando en misa el día anterior. Hay que recordar que por aquel entonces empezaba a actuar Boko Haram. Tunde, un hombre sencillo y devoto, pero cuya concepción de la religión adolecía de la sencillez que acompaña a la pobreza (Igual que aquellas tres mujeres que vi rezando en una iglesia en la ciudad de Nazca, en Perú. Repitiendo la oración de manera repetitiva y mecánica y dando la sensación de no comprender el significado de las palabras que decían). También en Sri Lanka, un empresario del té que nos había invitado a cenar mostró su desazón y desesperanza ante la situación que se vive en, prácticamente, todos los países musulmanes. Casi la misma que sentí yo al verle despreciar el cuerpo de aquella nécora gigante para comerse sólo sus patas insustanciales.
Ambos dos, George y Marisha, son sumamente críticos con el Islam. Denuncian su falta de creatividad y su incapacidad de adaptarse a la edad moderna. George ha llegado a calificarles de "fracasados". Recién acabada la última guerra de Gaza y viendo las noticias con ellos, no pudo evitar mostrar sus desprecio hacia Ismael Haniya, el líder de Hamás, cuando reapareció -impecable eso sí- de su escondrijo, acabados ya los combates. Haniya se mostraba sonriente y satisfecho por el resultado: 2100 muertos palestinos y cerca de 10.500 heridos frente a unos 60 muertos por parte de Israel. Más tarde, cuando Haniya se dejaba llevar por el entusiasmo y prometía una rápida reconstrucción de Gaza y un sin fin de cosas a una población diezmada y embrutecida por Israel, pero sobre todo por Hamás, George expresaba su incredulidad con la famosa expresión árabe: "Masha Alá", que, en este caso, viene a ser algo así como "Por Dios, por Dios".
Por aquél entonces, mi profesora de conversación me había dado un texto para leer. Trataba sobre este asunto. Yo le mostré mi rechazo por Hamás y su ideología, así como mi incredulidad ante las imágenes de un Haniya sonriente y festivo tras un resultado atroz para su gente. Partidaria de este grupo calificado de terrorista por EEUU y la UE, su respuesta era que Hamás había tratado de igual a igual al Ejército de Israel. Yo le expuse la fría realidad de los datos y le dije que aquello no parecía un empate. También le comenté que pensaba que la primera responsabilidad de cualquier gobernante es proteger a sus ciudadanos y que, si es cierto que hay un tiempo para la violencia, también lo es que llega un momento para la paz. Y que no puede uno empeñarse siempre en la guerra, sobre todo, cuando las pierde todas. Ella respondió que la filosofía de Hamás es "recuperar por la fuerza lo que se le ha quitado por la fuerza." Yo no pude evitar decirle que pensaba que una banda terrorista jamás sería superior al ejército más poderoso de todo Oriente Medio. Y me vinieron a la mente las terribles palabras de Golda Meir: "el conflicto en Palestina acabará cuando los palestinos aprendan a querer a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros." Algo que bien se podría aplicar a Hamás.
Más tarde, ese mismo día, relaté esta conversación a George y a Marisha. Si bien desprecian a Hamás, su opinión acerca de Israel tampoco es benevolente. Según Marisa, Israel no quiere la paz. A mí me cuesta creer esto. Al fin y al cabo, la política exterior de un país; es decir, su forma de relacionarse con el resto del mundo, es la extensión de sus principios y valores. E Israel es una civilización creadora. Así lo demuestra todo lo que ha logrado en su corta pero azarosa existencia.
Israel tiene un per cápita de $29.000. Su economía de $100 billones es más grande que la de todos sus vecinos juntos. Aunque en Israel el número de habitantes es limitado, el gasto de educación alcanza los $1.200 por persona. Las estadísticas indican que el número de ingenieros de Israel es el más alto del mundo: 135 por cada 10.000 trabajadores. En EEUU son 70 y en Japón 65. Israel también ocupa el primer lugar mundial respecto a científicos y tecnólogos expertos, que suman 140 por cada 10.000 trabajadores. Le siguen los EEUU con 83 científicos, Japón con 80 y Alemania con 60. Israel alberga otro Silicon Valley, idéntico al de California.
Según ciertos estudios, Israel ocupa el lugar nº 11 en el mundo por cuanto a la cantidad de inventos y patentes registrados en los Estados Unidos. Desde 1977 hasta 2004, israelíes registraron en ese país más de 12 mil patentes e inventos. Por otro lado, el entorno israelí atrae inversiones a pesar de lo que ocurre a su alrededor, mientras que los países árabes despiertan un cierto rechazo a la inversión extranjera.
Los árabes y los críticos de Israel interpretan la supremacía israelí alegando que goza del favoritismo de los Estados Unidos. Dicha interpretación omite lo que suele ser el principal diferencial entre unos grupos y otros: el factor humano. “¿Cómo ha logrado Israel este milagro económico?”- se pregunta Carlos Alberto Montaner. Responde él mismo: “Esencialmente, cultivando su enorme capital humano y sus virtudes cívicas, a base de inteligencia, rigor, trabajo intenso y respeto a la ley.”
Curiosamente, el mayor cumplido que ha recibido Israel jamás provino del entonces presidente de Malasia en otoño de 2003 ante los líderes de la Conferencia Islámica, al decir que los judíos también están detrás de la democracia, el socialismo y la teoría de los derechos humanos.
Los padres fundadores de Israel carecían de la finura intelectual de Thomas Jefferson, Alexander Hamilton o John Adams. En cambio, el recuerdo de seis millones de almas forjó en ellos un carácter implacable, un patriotismo a toda prueba y un realismo y sentido de la ética que se reducía a una cosa: sobrevivir. Es cierto que desde que nació, Israel se ha mostrado brutal e inmisericorde contra sus enemigos. Pero, ¿acaso esto no demuestra que ha comprendido bien esa máxima a la que se refería aquél taxista al hablar de la fuerza y de los líderes árabes?
Uno puede pensar que Netanyahu es un hombre de guerra y que como, recientemente ha filtrado la Casa Blanca, un acojonado que no se atreve a hacer lo que hizo Yitzak Rabín. Pero no puede uno estar de acuerdo cuando escucha oír hablar bien de Arafat y se le dota a éste de una talla política y de estadista que jamás tuvo. Podemos reconocer su relevancia a la hora de colocar el problema palestino en la agenda internacional y hay que felicitarle por no haber convertido la religión en un factor decisivo de su proyecto nacional. Pero poco más.
Cuando visité Israel por primera vez en 2007, entramos en Cisjordania. Recuerdo que todos queríamos contemplar el muro que separaba a israelíes y palestinos. Cuando pasamos a Belén, lo vimos. En el lado palestino encontré, con mi amigo Jesús, un cartel de acercamiento de presos etarras al País Vaso y, más tarde, el símbolo de la serpiente enroscada en un hacha. Es conocida la relación de Arafat con la banda terrorista ETA, materializada en envíos de armas y entrenamiento de comandos.
Yo hice valer esto para justificar mi desprecio por Arafat. Un hombre que, a pesar de haber estado al frente de las reivindicaciones palestinas durante más de cuarenta años, no logró ningún resultado tangible del que los palestinos se pueden sentir orgullosos. Una conversación que ya había tenido con un profesor en clase, que nos quiso vender una imagen romántica de Arafat como líder revolucionario. No deja de sorprender escuchar esta opinión sobre un hombre que dirigía una de las administraciones más corruptas del planeta y que llevó la guerra allí donde fue,   siendo expulsado tanto de Jordania como de El Líbano. El Rey Hussein de Jordania le consideraba mentiroso y poco fiable.
Cuando Marisha recurrió al sarcasmo para ver qué me parecía Netanyahu, yo le dije que no me gustaba, pero respondí a su pregunta indicando que no sabía si Netanyahu era un terrorista o no, pero de lo que si estaba seguro era de que no había existido jamás relación alguna entre Israel y ETA.
Esta conversación llevó a otra incluso más sorpresiva. George, que había marchado a la cocina a por un vaso de agua, nos había escuchado a Marisha y a mi hablar sobre Arafat. Pareció aceptar mi aversión hacia Arafat mejor que su mujer. La conversación giró hacia El Líbano. "Te voy a decir algo con lo que tal vez no estés de acuerdo" - me dijo. "Tal vez no te guste Hassan Nasralah, el líder de Hezbollah. A mí, si me gusta." Ante mi estupefacción (que cada vez es menor ante este tipo de comentarios), me explicó que es por la protección que brinda a los cristianos. Así, mirándome fijamente a los ojos, me dijo que de no ser por Hezbollah, los suníes "would play games with the Christians in Lebanon." Resulta que esta hechura de Irán, considerada terrorista por los EEUU y despreciada en Europa, protege a los cristianos en una de las regiones donde están siendo más perseguidos y masacrados.
Yo le escuchaba. Parte de mi comprendía este demoledor argumento. Y recordaba el libro de Fernando de Haro, Cristianos y Leones, que estima en 300,000 el número de cristianos que mueren al año en todo el mundo por causas religiosas, convirtiendo a esta en la religión más perseguida. Sin embargo, le recriminaba, en mi interior, ese mismo sectarismo que está en la raíz de todos los problemas que asolan esta región y que él  mismo emplea como arma arrojadiza contra los musulmanes.  
En otra ocasión, salió en la TV una imagen de Ucrania, otro país sumido en crisis. Yo no pude evitar hacer un comentario crítico acerca de la agresividad rusa y el apaciguamiento europeo. Esta vez fue George quien se giró hacia mí como un resorte. "¿Y EEUU no crea problemas?" - me dijo medio indignado para, a continuación, hablar de todos los males que, según él, ha causado y sigue causando este país, empezando, como no, por la actual situación en Irak y toda la región.
Según él, EEUU está detrás de la creación del ISIS porque a EEUU le interesa la inestabilidad en esta parte del mundo. Extraña opinión teniendo en cuenta que, ahora mismo, EEUU lidera una coalición, precisamente, para combatir a esta organización. A pesar de reconocer que todos los países musulmanes viven algún tipo de desequilibrio, mostraban su convencimiento de que los EEUU eran los grandes responsables de la actual situación de Oriente Medio. "Sólo sabe destruir" - decía.
Pero la historia demuestra que perder una guerra contra EEUU no es necesariamente malo. Ahí están los ejemplos de Alemania (antes Alemania Occidental) o de Japón, donde, tras una presencia militar americana de más de cincuenta años (se dice pronto), hoy hay democracia. O de Corea del Sur que, gracias a EEUU, no ha sido engullida por su agresiva vecina del Norte. Y es que como dice Gabriel Albiac, "a veces, como mejor se defienden democracia y Derechos Humanos, es con una arma en la mano". Exhibir la voluntad de usar la fuerza sirve de disuasivo. Esa es, a mi juicio, la lección a aprender de la Segunda Guerra Mundial.
El propio Winston Churchill, en su monumental Historia de la Segunda Guerra Mundial dice "que jamás una guerra tan destructiva pudo ser más fácil de evitar." E igualmente, recién acabada la guerra y en su famoso discurso de Fulton, Missouri, volvía a advertir de los peligros del apaciguamiento, al mencionar, por primera vez, "el telón de acero" que empezaba a dividir a Europa.  
Cuando presenté los ejemplos de Alemania y Japón como éxitos americanos, la respuesta de George vino a ser que sí, pero que hablábamos de "pueblos civilizados" y por tanto, esa reconstrucción había sido mucho más fácil. Y ese, según él, no era el caso en Oriente Medio.
En esos momentos yo estaba inmerso en la lectura del espléndido libro de Fouad Adjami, "The Foreigners Gift", que trata precisamente sobre esto. Recomiendo este libro a todos aquellos que se opusieron a la guerra de Irak. Y no porque sea un alegato imparcial y sesgado a favor de los EEUU ni de aquella invasión. Si no porque presenta  dos cuestiones aquí tratadas: la complejidad de esta región, junto con la inocencia y el desconocimiento con que EEUU se aventuró en ella (Bernard Lewis, en cambio, considera que en ninguna otra región del mundo ha sido tan exitosa la política exterior del coloso americano) y la falta de ilusión y capacidad de los propios iraquíes a la hora de construir su futuro una vez liberados de un tirano brutal que les había embrutecido durante décadas (ver también la extraordinaria película "Son of Babylon").
"Lee correctamente" - me ha llegado a decir George en algún momento. Y yo, por más que escudriño las paredes de su casa, las veo desnudas de estanterías y libros.
Pero hay una constante en el discurso de George que inquieta. Desde el principio, ha mostrado su incredulidad ante lo que considera inconsciencia por parte de los europeos. Como si no viéramos el enorme peligro que se cierne sobre nosotros. El mismo al que se refiere Bruce Bawer en su libro "Mientras Europa Duerme". Este periodista americano y homosexual, emigró a Europa (Noruega, si no recuerdo mal) huyendo del puritanismo norteamericano, sólo para encontrarse, según él, con un extremismo peor. El del islamismo radical. Ese que traen padres deseosos de una vida material mejor pero que siguen enviando a sus hijos a estudiar a sus países de origen. O ese que ahora protagonizan hijos de emigrantes de tercera y hasta cuarta generación y que les lleva a viajar hasta Siria para unirse a la filas del ISIS. O aquel que enarboló el asesino del director de cine holandés Theo Van Gogh. O el que hace de Cataluña el principal centro de reclutamiento de yihadistas en Europa. O el que se predica en muchas mezquitas europeas, mientras se niega el derecho a construir iglesias en territorio musulmán.  
También Anas, un refugiado sirio cristiano, tiene algo que decir al respecto. Este hombre, que es más o menos de mi edad, ha llegado aquí con su esposa, dos hijos y sus padres, gracias a un programa de las NNUU. Está esperando ser relocalizado a España. Le conocí a través de una periodista inglesa hace un mes o así. Desde entonces, he estado en su casa varias veces. Igual que George y Marisha, reniega de los EEUU y desprecia, aún más que mis caseros, al Islam. Pero tampoco oculta sus preferencias por Bashar al-Asad, el actual presidente de Siria. Y exhibe el mismo argumento sectario que George: la protección que brinda a los cristianos. Cristiano devoto, no dudó en recriminarme (en broma) la compra de un Corán y mi intención de leerlo. "Lee la Biblia" - me prescribía. "Ese es tu libro". Así,  no sorprende ver en la vitrina de su salón un cuadro de la última cena de Jesús y al lado, una foto de Asad. "My President", exclama orgulloso cada vez que me ve mirando, incrédulo, esa extraña composición pictórica.
Otro cristiano crítico con el Islam es Luay. Un jordano de 24 años de edad que, recientemente en facebook mostraba, entusiasmado, la visa que le han concedido para ir a EEUU. Hace un par de semanas fuimos a casa de Ala´a, un jordano musulmán, a ver una película. Al finalizar, me acercó a casa y no recuerdo cómo, salió el tema. Me confesó que aunque quiere a los dos amigos musulmanes que compartimos, Abdulá  y Ala´a, no le gusta su religión, a la que definió como nociva y mala. Y me ponía el ejemplo de los musulmanes que buscan chicas cristianas para casarse con ellas con el objetivo expreso de convertirlas al Islam. 
Tanto Bernard Lewis como Karen Amstrong insisten en que, originariamente, el Islam perseguía la justicia social y proteger a los desheredados; así como en su respeto a las otras dos religiones monoteístas y hasta en la mejora de la situación de la mujer en general que, supuestamente, esta religión trajo. Igualmente, como historiador, es fácil ver lo sencillo que resulta distorsionar las fuentes y descontextualizar ciertas frases, que es algo común tanto en los islamistas radicales como en los detractores del Islam, que acuden al Corán para abastecerse de argumentos.
A mi juicio, a la hora de abordar el estudio de esta religión, hay que hacerse la misma pregunta que al abordar el estudio del comunismo. Y creo que a estas alturas ya no vale ese endeble argumento de que "es que eso no era comunismo" o "es que eso no es Islam". Cien millones de muertos causados por el genocidio comunista se merecen más respeto. E igualmente, todos aquellos que se sumaron a la Primavera Árabe esperanzados y ansiosos de un auténtico cambio y apertura, también.
¿Cómo es posible que una ideología que surgió para reivindicar a los menos afortunados y que insiste en un mensaje de paz, haya devenido, mayoritariamente, en sistemas dictatoriales, represivos y donde las perspectivas de futuro son desalentadoras?
Es cierto que el Islam rescató a aquellas tribus árabes del atraso del politeísmo. Pero si aceptamos el hecho elemental de que la religión constituye un factor nuclear en el desarrollo de cualquier civilización, ¿debemos concluir que Occidente es lo que es, en parte (grande), gracias al cristianismo?, ¿debemos concluir que el mundo musulmán es lo que es, en parte (grande), debido al Islam?