Jerash
posee la belleza de las cosas bien hechas; la propia de aquello edificado para
perdurar. Sus piedras milenarias representan el conjunto urbano mejor
conservado de la Roma imperial. Es curioso, pero la mayor parte de este imperio
se construyó durante la época republicana de su historia, mientras que una vez
convertido en imperio, sus sucesivos gobernantes se limitaron a conservar lo
conquistado y aunque realizaron alguna pequeña expansión, también llegaron a
renunciar a algunos territorios.
Esta antigua ciudad romana está situada
a unos 50 km de Amán. Se puede visitar por la mañana, comer en alguno de los
restaurantes próximos y estar de regreso en la capital por la noche. Es una
excursión que bien merece la pena y cualquier turista que venga a este país
debería considerarlo visita obligada.
Fui a verla al poco de llegar. Después
del castillo medieval construido por Saladino, Ajloun, fue mi segunda excursión
en esta tierra desértica pero rica en historia. Si aquella vez no me impresionó
demasiado el arco de Adriano que marca la entrada, esta vez regresé a casa
conmovido por la belleza de este lugar. La ciudad actual no ofrece ninguna
pista sobre un pasado ilustre pero basta atravesar el imponente arco para
percatarse de que en tiempos pasados no fue un lugar atrasado, sino una ciudad
de enorme riqueza e importancia. En su cenit en el siglo III d.C. contaba con
entre 15000 y 20000 habitantes. Los restos cubren una inmensa extensión y
pueden llegar a abrumar porque no existe ningún tipo de señalización.
Me acompañaron James, Rowley y una par
de compañeras de Qasid: una chica americana que se llama Claire y otra sueca,
llamada Linn. Acudimos esperando poder presenciar un espectáculo de aurigas,
como indicaban nuestras guías de viaje. Desafortunadamente, ya no ofrecen esa
atracción, así que nos quedamos con las ganas.
Cogimos un autobús en la estación de
Tabarbour, desde donde se realizan las salidas hacia el norte, que está
bastante mejor conectado que el sur pues al haber mayor vegetación en esta
parte del país, resulta más habitable.
Por lo que vi y por lo que he leído en
mi guía (cortesía de Pedro y Daniela), la ciudad estaba dividida en dos por un
wadi, o pequeño río. La ciudad amurallada de la parte oeste del wadi, se
reservaba para las actividades administrativas, comerciales, cívicas y
religiosas, y está embellecida con majestuosos monumentos, baños y fuentes
públicas. Aunque este enclave ya estaba habitado en el Neolítico y fue
constituida como ciudad durante el reinado de Alejandro Magno, un paseo por
ruinas es suficiente para apreciar que Jerash es, ante todo, una obra romana.
Al recorrer su avenida principal y pasear
entre sus columnas pensaba en la grandeza de una civilización que siempre me ha
apasionado y que, en mi opinión, es la más grande entre las grandes. ¿Cómo pudo
una aldea de pastores miserables dominar primero la península italiana y
después la casi totalidad del mundo conocido? ¿Qué llevó a una civilización de
vocación intelectual a desarrollar semejante maquinaria bélica y a elevarse a
tanta altura por encima de sus coetáneas en los campos del arte y la ciencia?
Merece la pena leer la escasa literatura
de ficción sobre este pueblo. Los libros de Robert Graves, Yo Claudio y Claudio
el Dios; o la espléndida biografía sobre Adriano, de Margarite Yourceanur; o
las ficticias Memorias de Agripina, de Pierre Grimal. Es este filólogo quien
mejor ha captado la esencia de un pueblo que ha dejado una profunda huella en
la historia de Occidente.
La mayor herencia que nos ha dejado Roma
ha sido la difusión de la civilización que recibió de Grecia. En este sentido,
el helenismo transformó los hábitos y la mentalidad de los romanos hasta tal
punto, que la fusión de estas dos civilizaciones llegó a llamarse cultura
grecorromana o grecolatina.
Roma sometió a los pueblos conquistados
a sus leyes, creando así una unidad política donde más tarde, impuso su
cultura. Pero también asimiló aspectos de las culturas sometidas (sobre todo en
el campo de la religión). Esto favoreció la difusión de su lengua, el latín,
como del cristianismo, una vez se legalizó esta religión, tras el Edicto de Milán
de 313 mediante el Emperador Contantino.
No existe campo del conocimiento humano
donde la huella romana no esté presente. En Literatura, la Eneida y la Epopeya,
escritas por Ovidio y Horacio respectivamente, e inspiradas en la Iliada y la
Odisea, constituyen el mayor triunfo de la lengua latina. En Filosofía tenemos
a Seneca, Cicerón, Lucrecio y al mismísimo emperador Marco Aurelio. Por su
parte, la historiografía romana está íntimamente ligada a la evolución política
que lleva al colapso de la Republica a la instauración del Imperio y a las
propias nociones de ciudadanía y patriotismo generadas por el Estado romano.
Valgan como ejemplos, Suetonio con su
obra Los Doce Césares o Tito Livio, gran defensor del legado de Augusto. En lo
político, basta decir que los padres fundadores de Estados Unidos se basaron en
el sistema romano a la hora de diseñar el suyo propio, que ha permitido a este
país mantener elecciones democráticas de manera ininterrumpida durante, prácticamente,
doscientos años. Por no hablar ya del imponente legado artístico y arquitectónico
del que en España gozamos de amplias muestras.
Los orígenes de una civilización resultan
siempre interesantes para el estudioso de la historia. Y hoy, cuando la crisis de
Europa como civilización es tan evidente puede reconfortarnos echar la mirada
atrás y ver dónde están las raíces de nuestro presente. A mi juicio, una de las
principales razones que hicieron de los romanos una gran nación fue su
capacidad de unirse en la adversidad. Así lo hicieron durante la Segunda Guerra
Púnica. Aníbal, tras una heroica marcha a través de los Alpes y una campaña
militar brillante donde derrotó y decimó a las fuerzas romanas en las batallas
de Tesina, Trebia y el lago Trasimeno llegó a las puertas de Roma. Pero éstos,
orgullosos, se negaron a rendirse al gran general cartaginés que “les había
jurado odio eterno”. Ante la imposibilidad de mantener un asedio, Aníbal tuvo
que retirarse hacia el Sur, lo que le valió la famosa frase de uno de sus
generales, “sabes vencer, Aníbal, pero no aprovechar tus victorias”. En Cannas,
con una relación de fuerzas de tres a uno en contra, Aníbal logró envolver al
ejército enemigo y aniquilarlo completamente. Pero efectivamente, la batalla
definitiva se produjo en tierras cartaginesas en las llanuras de Zama, que
supuso el fin del poderío cartaginés y la hegemonía definitiva romana en el
Mediterráneo.
Tal vez, quien mejor haya definido la
aportación romana a la civilización occidental sea Phillip Nemo en su
espléndido libro, ¿Qué es Occidente?
Para este autor francés, Roma aportó sobre todo su derecho, que consagró el
principio de la propiedad privada individual (por eso las democracias son
siempre más robustas allí donde más se respeta la propiedad privada) y
proporcionó las bases jurídicas de la economía de mercado. Se trataba de un
derecho universal que comenzó a surgir cuando los magistrados se plantearon la
necesidad de unas normas aplicables a una creciente población inmigrante, ajena
a las tradiciones romanas.
Nemo también hace referencia a la
influencia de las polis griegas, donde surge la noción del Estado de derecho,
basado en la igualdad jurídica de los ciudadanos y en libertad bajo la ley; a la
tradición judeocristiana, que resalta la insatisfacción ética respecto a la
realidad existente y la aspiración a un mundo mejor; a la revolución papal de
los siglos XI al XIII, durante la cual se produce la aproximación de las
tradiciones grecolatina y judeocristiana, a través de una santificación de la
razón que puso a la ciencia griega y al derecho romano al servicio de la ética
y la escatología bíblicas; y finalmente, menciona el liberalismo en sus tres
vertientes: el intelectual, el político y el económico, haciendo referencia a
su triunfo en el turbulento siglo XX frente a
ideologías totalitarias.
La síntesis que hace Phillip Nemo en su
libro del legado griego, romano y bíblico resume en pocas palabras un bagaje
histórico que todos deberíamos haber asimilado en la escuela, pero que por
motivos difíciles de comprender no todos han recibido. Quizás por eso hoy en
Europa, de la cual España es una pequeña muestra de laboratorio, nos cuesta
unirnos en los momentos de crisis como hacían los romanos.