domingo, 6 de abril de 2014

JERASH

Jerash posee la belleza de las cosas bien hechas; la propia de aquello edificado para perdurar. Sus piedras milenarias representan el conjunto urbano mejor conservado de la Roma imperial. Es curioso, pero la mayor parte de este imperio se construyó durante la época republicana de su historia, mientras que una vez convertido en imperio, sus sucesivos gobernantes se limitaron a conservar lo conquistado y aunque realizaron alguna pequeña expansión, también llegaron a renunciar a algunos territorios.
Esta antigua ciudad romana está situada a unos 50 km de Amán. Se puede visitar por la mañana, comer en alguno de los restaurantes próximos y estar de regreso en la capital por la noche. Es una excursión que bien merece la pena y cualquier turista que venga a este país debería considerarlo visita obligada.  
Fui a verla al poco de llegar. Después del castillo medieval construido por Saladino, Ajloun, fue mi segunda excursión en esta tierra desértica pero rica en historia. Si aquella vez no me impresionó demasiado el arco de Adriano que marca la entrada, esta vez regresé a casa conmovido por la belleza de este lugar. La ciudad actual no ofrece ninguna pista sobre un pasado ilustre pero basta atravesar el imponente arco para percatarse de que en tiempos pasados no fue un lugar atrasado, sino una ciudad de enorme riqueza e importancia. En su cenit en el siglo III d.C. contaba con entre 15000 y 20000 habitantes. Los restos cubren una inmensa extensión y pueden llegar a abrumar porque no existe ningún tipo de señalización.
Me acompañaron James, Rowley y una par de compañeras de Qasid: una chica americana que se llama Claire y otra sueca, llamada Linn. Acudimos esperando poder presenciar un espectáculo de aurigas, como indicaban nuestras guías de viaje. Desafortunadamente, ya no ofrecen esa atracción, así que nos quedamos con las ganas.
Cogimos un autobús en la estación de Tabarbour, desde donde se realizan las salidas hacia el norte, que está bastante mejor conectado que el sur pues al haber mayor vegetación en esta parte del país, resulta más habitable.
Por lo que vi y por lo que he leído en mi guía (cortesía de Pedro y Daniela), la ciudad estaba dividida en dos por un wadi, o pequeño río. La ciudad amurallada de la parte oeste del wadi, se reservaba para las actividades administrativas, comerciales, cívicas y religiosas, y está embellecida con majestuosos monumentos, baños y fuentes públicas. Aunque este enclave ya estaba habitado en el Neolítico y fue constituida como ciudad durante el reinado de Alejandro Magno, un paseo por ruinas es suficiente para apreciar que Jerash es, ante todo, una obra romana.
Al recorrer su avenida principal y pasear entre sus columnas pensaba en la grandeza de una civilización que siempre me ha apasionado y que, en mi opinión, es la más grande entre las grandes. ¿Cómo pudo una aldea de pastores miserables dominar primero la península italiana y después la casi totalidad del mundo conocido? ¿Qué llevó a una civilización de vocación intelectual a desarrollar semejante maquinaria bélica y a elevarse a tanta altura por encima de sus coetáneas en los campos del arte y la ciencia?
Merece la pena leer la escasa literatura de ficción sobre este pueblo. Los libros de Robert Graves, Yo Claudio y Claudio el Dios; o la espléndida biografía sobre Adriano, de Margarite Yourceanur; o las ficticias Memorias de Agripina, de Pierre Grimal. Es este filólogo quien mejor ha captado la esencia de un pueblo que ha dejado una profunda huella en la historia de Occidente.
La mayor herencia que nos ha dejado Roma ha sido la difusión de la civilización que recibió de Grecia. En este sentido, el helenismo transformó los hábitos y la mentalidad de los romanos hasta tal punto, que la fusión de estas dos civilizaciones llegó a llamarse cultura grecorromana o grecolatina.
Roma sometió a los pueblos conquistados a sus leyes, creando así una unidad política donde más tarde, impuso su cultura. Pero también asimiló aspectos de las culturas sometidas (sobre todo en el campo de la religión). Esto favoreció la difusión de su lengua, el latín, como del cristianismo, una vez se legalizó esta religión, tras el Edicto de Milán de 313 mediante el Emperador Contantino.
No existe campo del conocimiento humano donde la huella romana no esté presente. En Literatura, la Eneida y la Epopeya, escritas por Ovidio y Horacio respectivamente, e inspiradas en la Iliada y la Odisea, constituyen el mayor triunfo de la lengua latina. En Filosofía tenemos a Seneca, Cicerón, Lucrecio y al mismísimo emperador Marco Aurelio. Por su parte, la historiografía romana está íntimamente ligada a la evolución política que lleva al colapso de la Republica a la instauración del Imperio y a las propias nociones de ciudadanía y patriotismo generadas por el Estado romano. Valgan como ejemplos, Suetonio con  su obra Los Doce Césares o Tito Livio, gran defensor del legado de Augusto. En lo político, basta decir que los padres fundadores de Estados Unidos se basaron en el sistema romano a la hora de diseñar el suyo propio, que ha permitido a este país mantener elecciones democráticas de manera ininterrumpida durante, prácticamente, doscientos años. Por no hablar ya del imponente legado artístico y arquitectónico del que en España gozamos de amplias muestras.
Los orígenes de una civilización resultan siempre interesantes para el estudioso de la historia. Y hoy, cuando la crisis de Europa como civilización es tan evidente puede reconfortarnos echar la mirada atrás y ver dónde están las raíces de nuestro presente. A mi juicio, una de las principales razones que hicieron de los romanos una gran nación fue su capacidad de unirse en la adversidad. Así lo hicieron durante la Segunda Guerra Púnica. Aníbal, tras una heroica marcha a través de los Alpes y una campaña militar brillante donde derrotó y decimó a las fuerzas romanas en las batallas de Tesina, Trebia y el lago Trasimeno llegó a las puertas de Roma. Pero éstos, orgullosos, se negaron a rendirse al gran general cartaginés que “les había jurado odio eterno”. Ante la imposibilidad de mantener un asedio, Aníbal tuvo que retirarse hacia el Sur, lo que le valió la famosa frase de uno de sus generales, “sabes vencer, Aníbal, pero no aprovechar tus victorias”. En Cannas, con una relación de fuerzas de tres a uno en contra, Aníbal logró envolver al ejército enemigo y aniquilarlo completamente. Pero efectivamente, la batalla definitiva se produjo en tierras cartaginesas en las llanuras de Zama, que supuso el fin del poderío cartaginés y la hegemonía definitiva romana en el Mediterráneo.
Tal vez, quien mejor haya definido la aportación romana a la civilización occidental sea Phillip Nemo en su espléndido libro, ¿Qué es Occidente? Para este autor francés, Roma aportó sobre todo su derecho, que consagró el principio de la propiedad privada individual (por eso las democracias son siempre más robustas allí donde más se respeta la propiedad privada) y proporcionó las bases jurídicas de la economía de mercado. Se trataba de un derecho universal que comenzó a surgir cuando los magistrados se plantearon la necesidad de unas normas aplicables a una creciente población inmigrante, ajena a las tradiciones romanas.
Nemo también hace referencia a la influencia de las polis griegas, donde surge la noción del Estado de derecho, basado en la igualdad jurídica de los ciudadanos y en libertad bajo la ley; a la tradición judeocristiana, que resalta la insatisfacción ética respecto a la realidad existente y la aspiración a un mundo mejor; a la revolución papal de los siglos XI al XIII, durante la cual se produce la aproximación de las tradiciones grecolatina y judeocristiana, a través de una santificación de la razón que puso a la ciencia griega y al derecho romano al servicio de la ética y la escatología bíblicas; y finalmente, menciona el liberalismo en sus tres vertientes: el intelectual, el político y el económico, haciendo referencia a su triunfo en el turbulento siglo XX frente a  ideologías totalitarias.
La síntesis que hace Phillip Nemo en su libro del legado griego, romano y bíblico resume en pocas palabras un bagaje histórico que todos deberíamos haber asimilado en la escuela, pero que por motivos difíciles de comprender no todos han recibido. Quizás por eso hoy en Europa, de la cual España es una pequeña muestra de laboratorio, nos cuesta unirnos en los momentos de crisis como hacían los romanos. 

 

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