La
distancia puede resultar engañosa. Produce un efecto doble: ofrece perspectiva
pero también distorsiona la realidad. Por ejemplo. Desde lejos, entristece el
panorama nacional: una nación sin pulso, unos políticos mediocres, una
población adormecida y un movimiento populista en ascenso que promulga
"una regeneración" democrática inspirada en el eje Cuba, Venezuela y
ETA.
Cada vez que he viajado al
extranjero, he marchado maldiciendo a España. Al regresar, sin embargo, he
besado el suelo que pisaba. La cercanía invitaba al cabreo; la distancia y la
comparación, al aprecio.
Igualmente y, debido a ese doble
efecto, cosas lejanas que de afectarnos a nosotros parecerían insoportables, se
antojen remotas y disipadas cuando llegan a nuestro conocimiento. La inmediatez
y la urgencia, así como la velocidad con la que internet vomita noticias,
disminuye el impacto mediático de historias que, antes, para ser descubiertas,
requerían una búsqueda y un análisis mayor.
Yo no tomé conciencia total del alcance
de la miseria africana hasta que me vi en aquél basurero. Una explanada enorme que
acumulaba, de manera descontrolada, lo que debía ser toda la porquería de
Dakar. Aquella carretera era la prolongación de una calle de la capital
senegalesa que, antes de pegarse al mar y proyectarse sobre un paisaje hermoso
pero arruinado, discurría al lado de esa extensión de inmundicias y aquel olor
nauseabundo.
Allí vivía gente.
Se levantaba todas las mañanas,
subía la puerta de metal de su casa/taller/tienda/o lo que fuera y empezaba,
resignada, su día. Sus miradas reflejaban
esa "capacidad de resistencia" a la que alude Kapuscinski. Una
capacidad forjada en la supervivencia
del hoy, que lo ocupa todo e imposibilita la preocupación por el mañana.
Creo que tengo alguna foto pero
nunca le olvidaré: un chaval de unos diez años de edad que vestía los agujeros
de lo que fue una camiseta. Al pararnos por una avería, se subió al autobús con
un desparpajo que impresionó a todos para inspeccionar el posible origen del
problema. Trabajaba con su padre. El chaval aprendiz de su progenitor y el
oficio que, junto con la miseria, se prolonga en el hijo. Es esta una constante
en el Tercer Mundo. Se ve en Senegal, en
Perú, en Sri Lanka o en Jordania. El poder de decisión y la capacidad de
influir en nuestro propio futuro es, me di cuenta entonces, la principal
diferencia entre unas regiones y otras.
Pero es que tampoco sabía de la
riqueza de África. O quizás quiera decir que jamás había visto tanto millonario
y un uso tan extravagante del dinero. Porque
igual de solemne es el africano en su pobreza que en su riqueza: anillos,
pulseras, cadenas de oro, coches lujosos y un estilo de vestir ostentoso y hortera.
Al no haber un mecanismo vigoroso de ascensión social, el choque entre los que
todo lo tienen y los que no tienen nada, es brutal. Sales de un bar parapetado tras
una tapia de dos metros de altura, una puerta de metal de tres y un negro de
cuatro. Allí has visto a un tipo gastarse cien dólares en una botella de
champán para él sólo y, a la salida, te encuentras un enfermo de polio, sus
piernas retorcidas del grosor de un alfiler, que emplea un patinete o sus
propias manos y rodillas para arrastrarse por la vida.
Es inevitable sentir una mezcla de rechazo
y compasión.
Antes de viajar pensaba que sabía algo.
Igualmente, la complejidad de Oriente
Medio no se me ha manifestado en su totalidad hasta ahora. Un occidental llega
a esta tierra y la observa a través de un prisma que refleja sus valores
propios. Todo aquello que no se parezca a lo que él da por hecho por venir de
donde viene, es extraño para él.
Y le aterra y le fascina al mismo tiempo.
Y trata de comprender.
En torno a esto han girado muchas de
las tertulias que he tenido con gente de aquí. Algunas, dependiendo del
interlocutor, francas y abiertas, otras, más sutiles. Los taxistas, como
siempre, son una fuente de inspiración y sabiduría (o ignorancia). Es esta
profesión una especie de "melting pot" donde se mezclan personas de
toda condición: gente con educación y gente sin ella; musulmanes devotos y
musulmanes a quienes su religión les importa una higa.
Algunas de mis conversaciones con
estos "seres" ya las he relatado. Uno de ellos bebía té sin parar.
Era un tipo risueño, de esos a quienes cuesta entender porque finalizaba sus
frases en sonoras carcajadas, quedando aquellas incompletas. Cuando bromee con
él preguntándole si el contenido de su termo era whiskey, me dijo que no, que
Alá se lo prohibía. De lo contrario estaría perdido, mientras hacía un gesto
con la mano a modo de degollarse y estallaba, de nuevo, en una risotada.
También me han llevado otros que
desearía no lo hubieran hecho. Esta vez, el conductor y su amigo. Era tarde y
conseguir un taxi no era fácil. A mitad de camino, empezaron a charlar
animadamente conmigo. Me preguntaron si era cristiano. Les contesté que sí. Respondieron
que eran musulmanes pero que les gustaba el alcohol, las drogas y las mujeres,
mientras le daban un trago a una cerveza a medio beber y aceleraban el coche por
aquella carretera poco iluminada. Yo no sabía si reírme o acojonarme. El
momento álgido de la aventura fue cuando el conductor me comentó que su colega
era de fiar y un buen hombre, porque, al fin y al cabo, había estado en la
cárcel. Afortunadamente, justo entonces llegamos a mi destino. Les dije que se
quedaran el cambio de 100 dinares de una carrera de 2 y me despedí de ellos tan
amablemente como pude, deseando no volver a verles jamás.
Otra ocurrió recientemente.
Regresaba del centro tras hacer unas compras. Por ser jueves, había más tráfico
de lo normal. En un momento dado, el taxista hizo una maniobra repentina para
cambiar de carril, lo que supuso una reprimenda, en forma de pitido, del coche
que había obstruido. Este iba conducido por una mujer. Mi conductor bajó la
ventanilla para soltar una serie de improperios soeces que no comprendí porque
el árabe que yo hablo es culto y elegante. Al terminar, me miró buscando, sin
duda, complicidad masculina, mientras me explicaba que las mujeres son
conductoras miedosas y que tienen dificultades a la hora de pensar con
claridad. Lo que en Occidente decimos en broma, aquí lo dicen en serio.
Las conversaciones más reveladores
son aquellas en las que hablo sobre política o religión. Así, recuerdo otra en
la que escuché por primera vez un argumento que, de decirlo un occidental,
sería tachado de racista por los más políticamente correctos. Surgió porque yo
mostré mi extrañeza ante la popularidad de Saddam Hussein entre los jordanos.
La respuesta del taxista fue la siguiente. Saddam Hussein se atrevió a
bombardear a Israel durante la Guerra
del Golfo de 1991 y mantuvo siempre una agresiva dialéctica frente al
"sionismo" a pesar de no haber hecho nunca nada por los palestinos.
Pero sobre todo, y cito palabras textuales, "porque los árabes no quieren
democracia y prefieren un líder fuerte y Sadam Hussein lo era".
Revelador.
Empezaba a comprender. La fortaleza
y la masculinidad son dos características muy apreciadas en el varón árabe. E
ahí el motivo por el que el actual rey de Jordania aparece en muchas fotos
vestido de militar y en el uso de diferentes armas. Algo que algunos asociarían
al fascismo. E igualmente, una descendencia numerosa sigue siendo sinónimo de
virilidad y fertilidad.
Ese desprecio por la democracia y la
libertad es lo que más asombra a un extranjero. Pero tampoco se puede decir que
todos los árabes-musulmanes piensen así. Recuerdo, allá por el año 2008, al
Embajador Juan Prat i Coll tener una charla sobre Derechos Humanos con un
tunecino. Era este mayor y cojeaba visiblemente. Al despedirle, el Embajador mostraba
su admiración por él y lamentaba no haberle conocido antes. Y se preguntaba si sus
lesiones se deberían a las torturas que, casi con total seguridad, habrían
acompañado su larga estancia en la cárcel.
Hablar con los árabes musulmanes es
interesante, pero ha sido escuchando a los árabes cristianos cuando me he
llevado las mayores sorpresas.
George y Marisha son mis caseros.
Una pareja mayor y entrañable. George es originario de Belén y Marisha de Iraq
y, como sus nombres indican, son cristianos. Suelo ver las noticias con ellos
para practicar el idioma y tenemos interesantes conversaciones. Y como ya tengo
un cierto grado de confianza con ellos, hablamos con franqueza.
No es la primera vez que escucho a
cristianos hablar mal del Islam. Igual me ocurrió en Nigeria con Tunde, nuestro
conductor, que todos los lunes venía afónico a trabajar después de haberse
desgañitado cantando en misa el día anterior. Hay que recordar que por aquel
entonces empezaba a actuar Boko Haram. Tunde, un hombre sencillo y devoto, pero
cuya concepción de la religión adolecía de la sencillez que acompaña a la
pobreza (Igual que aquellas tres mujeres que vi rezando en una iglesia en la
ciudad de Nazca, en Perú. Repitiendo la oración de manera repetitiva y mecánica
y dando la sensación de no comprender el significado de las palabras que decían).
También en Sri Lanka, un empresario del té que nos había invitado a cenar
mostró su desazón y desesperanza ante la situación que se vive en,
prácticamente, todos los países musulmanes. Casi la misma que sentí yo al verle
despreciar el cuerpo de aquella nécora gigante para comerse sólo sus patas
insustanciales.
Ambos dos, George y Marisha, son
sumamente críticos con el Islam. Denuncian su falta de creatividad y su incapacidad
de adaptarse a la edad moderna. George ha llegado a calificarles de
"fracasados". Recién acabada la última guerra de Gaza y viendo las
noticias con ellos, no pudo evitar mostrar sus desprecio hacia Ismael Haniya,
el líder de Hamás, cuando reapareció -impecable eso sí- de su escondrijo,
acabados ya los combates. Haniya se mostraba sonriente y satisfecho por el
resultado: 2100 muertos palestinos y cerca de 10.500 heridos frente a unos 60
muertos por parte de Israel. Más tarde, cuando Haniya se dejaba llevar por el entusiasmo
y prometía una rápida reconstrucción de Gaza y un sin fin de cosas a una
población diezmada y embrutecida por Israel, pero sobre todo por Hamás, George
expresaba su incredulidad con la famosa expresión árabe: "Masha Alá",
que, en este caso, viene a ser algo así como "Por Dios, por Dios".
Por aquél entonces, mi profesora de
conversación me había dado un texto para leer. Trataba sobre este asunto. Yo le
mostré mi rechazo por Hamás y su ideología, así como mi incredulidad ante las
imágenes de un Haniya sonriente y festivo tras un resultado atroz para su
gente. Partidaria de este grupo calificado de terrorista por EEUU y la UE, su
respuesta era que Hamás había tratado de igual a igual al Ejército de Israel. Yo
le expuse la fría realidad de los datos y le dije que aquello no parecía un
empate. También le comenté que pensaba que la primera responsabilidad de
cualquier gobernante es proteger a sus ciudadanos y que, si es cierto que hay
un tiempo para la violencia, también lo es que llega un momento para la paz. Y
que no puede uno empeñarse siempre en la guerra, sobre todo, cuando las pierde
todas. Ella respondió que la filosofía de Hamás es "recuperar por la
fuerza lo que se le ha quitado por la fuerza." Yo no pude evitar decirle
que pensaba que una banda terrorista jamás sería superior al ejército más
poderoso de todo Oriente Medio. Y me vinieron a la mente las terribles palabras
de Golda Meir: "el conflicto en Palestina acabará cuando los palestinos
aprendan a querer a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros." Algo
que bien se podría aplicar a Hamás.
Más tarde, ese mismo día, relaté
esta conversación a George y a Marisha. Si bien desprecian a Hamás, su opinión
acerca de Israel tampoco es benevolente. Según Marisa, Israel no quiere la paz.
A mí me cuesta creer esto. Al fin y al cabo, la política exterior de un país;
es decir, su forma de relacionarse con el resto del mundo, es la extensión de
sus principios y valores. E Israel es una civilización creadora. Así lo
demuestra todo lo que ha logrado en su corta pero azarosa existencia.
Israel tiene un per cápita de
$29.000. Su economía de $100 billones es más grande que la de todos sus vecinos
juntos. Aunque en Israel el número de habitantes es limitado, el gasto de
educación alcanza los $1.200 por persona. Las estadísticas indican que el
número de ingenieros de Israel es el más alto del mundo: 135 por cada 10.000
trabajadores. En EEUU son 70 y en Japón 65. Israel también ocupa el primer
lugar mundial respecto a científicos y tecnólogos expertos, que suman 140 por
cada 10.000 trabajadores. Le siguen los EEUU con 83 científicos, Japón con 80 y
Alemania con 60. Israel alberga otro Silicon Valley, idéntico al de California.
Según ciertos estudios, Israel ocupa
el lugar nº 11 en el mundo por cuanto a la cantidad de inventos y patentes
registrados en los Estados Unidos. Desde 1977 hasta 2004, israelíes registraron
en ese país más de 12 mil patentes e inventos. Por otro lado, el entorno
israelí atrae inversiones a pesar de lo que ocurre a su alrededor, mientras que
los países árabes despiertan un cierto rechazo a la inversión extranjera.
Los árabes y los críticos de Israel
interpretan la supremacía israelí alegando que goza del favoritismo de los
Estados Unidos. Dicha interpretación omite lo que suele ser el principal
diferencial entre unos grupos y otros: el factor humano. “¿Cómo ha logrado
Israel este milagro económico?”- se pregunta Carlos Alberto Montaner. Responde
él mismo: “Esencialmente, cultivando su enorme capital humano y sus virtudes
cívicas, a base de inteligencia, rigor, trabajo intenso y respeto a la ley.”
Curiosamente, el mayor cumplido que
ha recibido Israel jamás provino del entonces presidente de Malasia en otoño de
2003 ante los líderes de la Conferencia Islámica, al decir que los judíos
también están detrás de la democracia, el socialismo y la teoría de los
derechos humanos.
Los padres fundadores de Israel carecían
de la finura intelectual de Thomas Jefferson, Alexander Hamilton o John Adams.
En cambio, el recuerdo de seis millones de almas forjó en ellos un carácter
implacable, un patriotismo a toda prueba y un realismo y sentido de la ética
que se reducía a una cosa: sobrevivir. Es cierto que desde que nació, Israel se
ha mostrado brutal e inmisericorde contra sus enemigos. Pero, ¿acaso esto no
demuestra que ha comprendido bien esa máxima a la que se refería aquél taxista
al hablar de la fuerza y de los líderes árabes?
Uno puede pensar que Netanyahu es un
hombre de guerra y que como, recientemente ha filtrado la Casa Blanca, un
acojonado que no se atreve a hacer lo que hizo Yitzak Rabín. Pero no puede uno estar
de acuerdo cuando escucha oír hablar bien de Arafat y se le dota a éste de una
talla política y de estadista que jamás tuvo. Podemos reconocer su relevancia a
la hora de colocar el problema palestino en la agenda internacional y hay que
felicitarle por no haber convertido la religión en un factor decisivo de su
proyecto nacional. Pero poco más.
Cuando visité Israel por primera vez
en 2007, entramos en Cisjordania. Recuerdo que todos queríamos contemplar el
muro que separaba a israelíes y palestinos. Cuando pasamos a Belén, lo vimos.
En el lado palestino encontré, con mi amigo Jesús, un cartel de acercamiento de
presos etarras al País Vaso y, más tarde, el símbolo de la serpiente enroscada
en un hacha. Es conocida la relación de Arafat con la banda terrorista ETA, materializada
en envíos de armas y entrenamiento de comandos.
Yo hice valer esto para justificar
mi desprecio por Arafat. Un hombre que, a pesar de haber estado al frente de las
reivindicaciones palestinas durante más de cuarenta años, no logró ningún
resultado tangible del que los palestinos se pueden sentir orgullosos. Una
conversación que ya había tenido con un profesor en clase, que nos quiso vender
una imagen romántica de Arafat como líder revolucionario. No deja de sorprender escuchar esta
opinión sobre un hombre que dirigía una de las administraciones más corruptas
del planeta y que llevó la guerra allí donde fue, siendo expulsado tanto de Jordania como de El
Líbano. El Rey Hussein de Jordania le consideraba mentiroso y poco fiable.
Cuando Marisha recurrió al sarcasmo
para ver qué me parecía Netanyahu, yo le dije que no me gustaba, pero respondí
a su pregunta indicando que no sabía si Netanyahu era un terrorista o no, pero
de lo que si estaba seguro era de que no había existido jamás relación alguna
entre Israel y ETA.
Esta conversación llevó a otra
incluso más sorpresiva. George, que había marchado a la cocina a por un vaso de
agua, nos había escuchado a Marisha y a mi hablar sobre Arafat. Pareció aceptar
mi aversión hacia Arafat mejor que su mujer. La conversación giró hacia El
Líbano. "Te voy a decir algo con lo que tal vez no estés de acuerdo"
- me dijo. "Tal vez no te guste Hassan Nasralah, el líder de Hezbollah. A
mí, si me gusta." Ante mi estupefacción (que cada vez es menor ante este
tipo de comentarios), me explicó que es por la protección que brinda a los
cristianos. Así, mirándome fijamente a los ojos, me dijo que de no ser por
Hezbollah, los suníes "would play games with the Christians in
Lebanon." Resulta que esta hechura de Irán, considerada terrorista por los
EEUU y despreciada en Europa, protege a los cristianos en una de las regiones
donde están siendo más perseguidos y masacrados.
Yo le escuchaba. Parte de mi
comprendía este demoledor argumento. Y recordaba el libro de Fernando de Haro,
Cristianos y Leones, que estima en 300,000 el número de cristianos que mueren
al año en todo el mundo por causas religiosas, convirtiendo a esta en la
religión más perseguida. Sin embargo, le recriminaba, en mi interior, ese mismo
sectarismo que está en la raíz de todos los problemas que asolan esta región y
que él mismo emplea como arma arrojadiza
contra los musulmanes.
En otra ocasión, salió en la TV una
imagen de Ucrania, otro país sumido en crisis. Yo no pude evitar hacer un
comentario crítico acerca de la agresividad rusa y el apaciguamiento europeo. Esta
vez fue George quien se giró hacia mí como un resorte. "¿Y EEUU no crea
problemas?" - me dijo medio indignado para, a continuación, hablar de
todos los males que, según él, ha causado y sigue causando este país, empezando,
como no, por la actual situación en Irak y toda la región.
Según él, EEUU está detrás de la
creación del ISIS porque a EEUU le interesa la inestabilidad en esta parte del
mundo. Extraña opinión teniendo en cuenta que, ahora mismo, EEUU lidera una
coalición, precisamente, para combatir a esta organización. A pesar de
reconocer que todos los países musulmanes viven algún tipo de desequilibrio,
mostraban su convencimiento de que los EEUU eran los grandes responsables de la
actual situación de Oriente Medio. "Sólo sabe destruir" - decía.
Pero la historia demuestra que
perder una guerra contra EEUU no es necesariamente malo. Ahí están los ejemplos
de Alemania (antes Alemania Occidental) o de Japón, donde, tras una presencia
militar americana de más de cincuenta años (se dice pronto), hoy hay
democracia. O de Corea del Sur que, gracias a EEUU, no ha sido engullida por su
agresiva vecina del Norte. Y es que como dice Gabriel Albiac, "a veces,
como mejor se defienden democracia y Derechos Humanos, es con una arma en la
mano". Exhibir la voluntad de usar la fuerza sirve de disuasivo. Esa es, a
mi juicio, la lección a aprender de la Segunda Guerra Mundial.
El propio Winston Churchill, en su
monumental Historia de la Segunda Guerra Mundial dice "que jamás una
guerra tan destructiva pudo ser más fácil de evitar." E igualmente, recién
acabada la guerra y en su famoso discurso de Fulton, Missouri, volvía a
advertir de los peligros del apaciguamiento, al mencionar, por primera vez,
"el telón de acero" que empezaba a dividir a Europa.
Cuando presenté los ejemplos de
Alemania y Japón como éxitos americanos, la respuesta de George vino a ser que
sí, pero que hablábamos de "pueblos civilizados" y por tanto, esa
reconstrucción había sido mucho más fácil. Y ese, según él, no era el caso en
Oriente Medio.
En esos momentos yo estaba inmerso
en la lectura del espléndido libro de Fouad Adjami, "The Foreigners
Gift", que trata precisamente sobre esto. Recomiendo este libro a todos
aquellos que se opusieron a la guerra de Irak. Y no porque sea un alegato
imparcial y sesgado a favor de los EEUU ni de aquella invasión. Si no porque
presenta dos cuestiones aquí tratadas: la
complejidad de esta región, junto con la inocencia y el desconocimiento con que
EEUU se aventuró en ella (Bernard Lewis, en cambio, considera que en ninguna
otra región del mundo ha sido tan exitosa la política exterior del coloso
americano) y la falta de ilusión y capacidad de los propios iraquíes a la hora
de construir su futuro una vez liberados de un tirano brutal que les había
embrutecido durante décadas (ver también la extraordinaria película "Son
of Babylon").
"Lee correctamente" - me ha
llegado a decir George en algún momento. Y yo, por más que escudriño las
paredes de su casa, las veo desnudas de estanterías y libros.
Pero hay una constante en el
discurso de George que inquieta. Desde el principio, ha mostrado su
incredulidad ante lo que considera inconsciencia por parte de los europeos.
Como si no viéramos el enorme peligro que se cierne sobre nosotros. El mismo al
que se refiere Bruce Bawer en su libro "Mientras Europa Duerme". Este
periodista americano y homosexual, emigró a Europa (Noruega, si no recuerdo
mal) huyendo del puritanismo norteamericano, sólo para encontrarse, según él,
con un extremismo peor. El del islamismo radical. Ese que traen padres deseosos
de una vida material mejor pero que siguen enviando a sus hijos a estudiar a
sus países de origen. O ese que ahora protagonizan hijos de emigrantes de
tercera y hasta cuarta generación y que les lleva a viajar hasta Siria para
unirse a la filas del ISIS. O aquel que enarboló el asesino del director de
cine holandés Theo Van Gogh. O el que hace de Cataluña el principal centro de
reclutamiento de yihadistas en Europa. O el que se predica en muchas mezquitas
europeas, mientras se niega el derecho a construir iglesias en territorio
musulmán.
También Anas, un refugiado sirio
cristiano, tiene algo que decir al respecto. Este hombre, que es más o menos de
mi edad, ha llegado aquí con su esposa, dos hijos y sus padres, gracias a un
programa de las NNUU. Está esperando ser relocalizado a España. Le conocí a
través de una periodista inglesa hace un mes o así. Desde entonces, he estado
en su casa varias veces. Igual que George y Marisha, reniega de los EEUU y
desprecia, aún más que mis caseros, al Islam. Pero tampoco oculta sus
preferencias por Bashar al-Asad, el actual presidente de Siria. Y exhibe el
mismo argumento sectario que George: la protección que brinda a los cristianos.
Cristiano devoto, no dudó en recriminarme (en broma) la compra de un Corán y mi
intención de leerlo. "Lee la Biblia" - me prescribía. "Ese es tu
libro". Así, no sorprende ver en la
vitrina de su salón un cuadro de la última cena de Jesús y al lado, una foto de
Asad. "My President", exclama orgulloso cada vez que me ve mirando,
incrédulo, esa extraña composición pictórica.
Otro cristiano crítico con el Islam
es Luay. Un jordano de 24 años de edad que, recientemente en facebook mostraba,
entusiasmado, la visa que le han concedido para ir a EEUU. Hace un par de
semanas fuimos a casa de Ala´a, un jordano musulmán, a ver una película. Al
finalizar, me acercó a casa y no recuerdo cómo, salió el tema. Me confesó que
aunque quiere a los dos amigos musulmanes que compartimos, Abdulá y Ala´a, no le gusta su religión, a la que
definió como nociva y mala. Y me ponía el ejemplo de los musulmanes que buscan
chicas cristianas para casarse con ellas con el objetivo expreso de convertirlas
al Islam.
Tanto Bernard Lewis como Karen
Amstrong insisten en que, originariamente, el Islam perseguía la justicia
social y proteger a los desheredados; así como en su respeto a las otras dos
religiones monoteístas y hasta en la mejora de la situación de la mujer en
general que, supuestamente, esta religión trajo. Igualmente, como historiador,
es fácil ver lo sencillo que resulta distorsionar las fuentes y
descontextualizar ciertas frases, que es algo común tanto en los islamistas
radicales como en los detractores del Islam, que acuden al Corán para
abastecerse de argumentos.
A mi juicio, a la hora de abordar el
estudio de esta religión, hay que hacerse la misma pregunta que al abordar el
estudio del comunismo. Y creo que a estas alturas ya no vale ese endeble
argumento de que "es que eso no era comunismo" o "es que eso no
es Islam". Cien millones de muertos causados por el genocidio comunista se
merecen más respeto. E igualmente, todos aquellos que se sumaron a la Primavera
Árabe esperanzados y ansiosos de un auténtico cambio y apertura, también.
¿Cómo es posible que una ideología
que surgió para reivindicar a los menos afortunados y que insiste en un mensaje
de paz, haya devenido, mayoritariamente, en sistemas dictatoriales, represivos y
donde las perspectivas de futuro son desalentadoras?
Es cierto que el Islam rescató a
aquellas tribus árabes del atraso del politeísmo. Pero si aceptamos el hecho
elemental de que la religión constituye un factor nuclear en el desarrollo de
cualquier civilización, ¿debemos concluir que Occidente es lo que es, en parte
(grande), gracias al cristianismo?, ¿debemos concluir que el mundo musulmán es
lo que es, en parte (grande), debido al Islam?